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Viajeros sin pasaporte: las aves migratorias


El charrán ártico o gaviotín ártico, de nombre científico Sterna paradisae.


Los gaviotines árticos* somos verdaderas máquinas de vuelo. Existen informes de algunos compañeros que han recorrido hasta 80 mil kilómetros, cruzando de norte a sur el planeta dos veces al año. Si se sumara el kilometraje que viajamos en toda nuestra vida, un solo gaviotín superaría los 2.4 millones de kilómetros recorridos, lo que equivale aproximadamente a ¡tres viajes de ida y vuelta a la Luna!


Así como yo, un viajero internacional, cada año millones de aves recorremos desde unos pocos, hasta miles de kilómetros, buscando las condiciones ambientales adecuadas para diferentes actividades que realizamos, como el descanso, la alimentación, el refugio, la reproducción y la anidación. Cada una de las especies tenemos destinos definidos y siempre migramos desde los sitios de reproducción hacia los sitios donde nos alimentamos y pasamos el invierno, y de vuelta. Debido a que nos movemos entre ecosistemas, países e, incluso, continentes, se nos considera como un símbolo de interconexión entre los diversos rincones de nuestro planeta.


Huellas de geolocalización de charranes árticos. Verde = migración de otoño (agosto-noviembre), rojo = rango de invierno (diciembre-marzo) y amarillo = migración de primavera (retorno) (abril-mayo). Fuente: Egavang, C. et al. 2010. Tracking of Arctic terns Sterna paradisaea reveals longest animal migration


Para asegurarnos de que tendremos éxito en nuestra travesía, tenemos la capacidad de modificar nuestros comportamientos y actividades. Algunas aves que realizan la mayoría de sus actividades durante el día prefieren volar de noche para evitar depredadores. Las aves rapaces, que generalmente son solitarias, prefieren juntarse con otras compañeras para emprender las largas jornadas de viaje; siempre he pensado que es mejor tener con quien planear y comentar el estado del tiempo. Muchas de nosotras comenzamos a mostrarnos alteradas y a movernos rápidamente en los días previos a comenzar la migración, esto es lo que los científicos de aves llaman “inquietud migratoria”.


Con el fin de tener energía para los largos trayectos, algunas aves viajeras acumulamos llantitas, es decir, generamos reservas de grasa en varias partes de nuestro cuerpo como en la espalda, el cuello o bajo las alas, lo que servirá como una fuente de combustible para los largos trayectos, mientras que otras pueden llegar a suspender algunos de sus procesos corporales, con la finalidad de ahorrar energía para cuando tenemos que aventurarnos en el cielo.


Se estima que de las 11 mil 121 especies de aves, un poco más del diez por ciento somos navegantes de los aires, lo que quiere decir que este andar de un lugar a otro, es más común de lo que se piensa.


Los científicos de aves han descubierto que somos capaces de utilizar un número variado de estrategias para orientarnos durante nuestros recorridos. De hecho, parece ser que nuestro cerebro funciona como un microimán que es capaz de detectar variaciones en el campo magnético de la Tierra, ¡es como una brújula en nuestra cabeza! Otras aves viajeras somos capaces de guiar nuestras travesías con la luz de las estrellas durante la noche o del Sol durante el día, como los antiguos navegantes. Y obvio, también podemos detectar ciertas características del terreno, incluyendo los corredores de bosques, los márgenes de ríos y las costas para ubicarnos en los vuelos.


La importancia de entender la forma de realizar nuestros viajes y de que se conserven los ecosistemas en los que nos desarrollamos y a nosotras mismas, ha hecho que algunos humanos celebren desde el 2006 el Día Mundial de las Aves Migratorias**, cuya finalidad es darle visibilidad a nuestros viajes y a sus protagonistas: nosotras las aves.



* Sterna paradisaea

** El Día Mundial de las Aves Migratorias se conmemora cada segundo sábado de mayo y de octubre, siendo el tema de este año 2021 “Canta, vuela, elévate, ¡como un pájaro!”


Edición: Eduardo González

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