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La historia detrás del mito de los dos cerebros de dinosaurio


La ilustración muestra un dibujo a lápiz del Camarasaurus, realizado en 1921 por E.S. Christman.

Entre 1877 y 1892 la euforia por los dinosaurios había llegado a Estados Unidos debido a la rivalidad pública entre dos paleontólogos: Edward Cope, de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia, y Othniel Marsh, del Museo Peabody de Historia Natural de Yale. Ambos científicos se enfrascaron en una competencia por descubrir y describir el mayor número de dinosaurios en los Estados Unidos, encontrando los primeros y más grandes yacimientos de fósiles de dinosaurios. Además, ambos trataron todo el tiempo de echarse cuánta tierra pudieron entre ellos.

Sin embargo, la competencia que terminó con ambos personajes en la ruina, generó muchas descripciones apresuradas y erróneas que eran divulgadas al público y esparcidas como el fuego sobre la pólvora. El público amaba los descubrimientos de esas criaturas elefantinas y a veces grotescas que desenterraba el par a diestra y siniestra. Una de esas descripciones apresuradas fue la de Othniel Marsh al estudiar los huesos de la cadera de un saurisquio (con cadera similar a la de un reptil) del grupo de los saurópodos (dinosaurios de cuellos largos) al que denominó Camarasaurus. Según Marsh, la exagerada apertura que se encontraba en esa región, bien daba el aspecto de que ahí cabía un segundo cerebro.

De acuerdo con las explicaciones tempranas sobre los dinosaurios, al ser bestias tan grandes y corpulentas se esperaría que tuvieran cerebros de tamaño proporcional para moverlos. Pero en el Camarasaurus, dinosaurio de cuello largo, con una longitud de 15 metros y un peso estimado de casi 52 toneladas, el cerebro tenía un tamaño ridículamente pequeño ¿cómo podría mover ese pequeño cerebro a la mole de animal que le poseía? Marsh sospechó que ese ensanchamiento de la cadera debía albergar un cerebro sacral que coordinara los movimientos de la parte posterior. Cuando Marsh estudió al Stegosaurus, un ornitisquio (dinosaurio con cadera similar a la de un ave) de 9 metros de largo y 5 toneladas de peso, encontró que en su cráneo solamente era posible que hubiera habido un cerebro de 80 gramos de masa, ¡incluso más ridículamente pequeño! Y al igual que en el Camarasaurus, había un ensanchamiento sacral. Fue así que surgió la idea de que estos dinosaurios gigantescos requerían de dos cerebros para moverse.

La realidad es distinta a las conclusiones apresuradas de dichos cientìficos. Dado el tamaño de las extremidades posteriores, muchos más nervios debían ser inervados a esta altura de la cadera para coordinar los músculos de las patas. Sin embargo, este espacio es demasiado grande como para haber albergado solamente nervios. Una hipótesis es que, al igual que las aves, en esa región existen depósitos extra de glucógeno (cadenas de azúcar) que almacena carbohidratos para su uso en caso de escasez. Si bien esta hipótesis se sustenta en observaciones realizadas en las aves, la verdad es que por el momento no es imposible determinar el rol biológico de esta estructura en los dinosaurios. Por el momento, de lo que podemos estar seguros es que no hay ninguna evidencia de un cerebro sacral como describió Marsh durante la famosa “Guerra de los huesos”.

A pesar de sus errores, tanto Marsh como Cope ostentan el mayor número de géneros de dinosaurios atribuidos a sus autorías y buena parte de la percepción de los dinosaurios del público general fue inicialmente concebida por estos dos rivales que nunca dejaron de hacerse riña.

Redacción: Omar Regalado

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