Inimaginable sería que al enfermar debiéramos aspirar los restos secos de las pústulas de algún enfermo, no obstante, lo que ahora te resulta repugnante, en el siglo XVII fue una muy solicitada práctica ancestral desde China hasta Europa. El mundo sufría el azote de la viruela, terrible enfermedad que provocó la muerte de muchas personas y en el mejor de los casos, dejaba marcas de por vida en quien sobrevivía.
Los turcos descubrieron que al introducir en la piel de una persona sana los fluidos extraídos de las pústulas de la viruela, la persona experimentaba en muchos casos un episodio leve de la enfermedad, pero quedaba inmunizada ante la misma. Desgraciadamente no siempre era así y había personas que morían tras la inoculación. En 1796, Edward Jenner descubrió el efecto de la inmunización y creó la primera vacuna a partir de experimentos que realizó con la viruela que atacaba a las vacas, de ahí proviene el nombre de ‘vacuna’.
A partir de los descubrimientos de Jenner, se han inventado vacunas para prevenir enfermedades infecto-contagiosas, controlar alergias a sustancias tóxicas o elementos ambientales y de esta forma evitar grandes epidemias. Las vacunas son las encargadas de “enseñarle” a nuestro cuerpo a atacar perniciosos patógenos y prevenir enfermedades futuras causadas por ellos.
Así como sin saberlo de manera especializada lo descubrieron algunos pueblos antiguos y finalmente Jenner, las vacunas se fabrican a partir de virus vivos. Dichos patógenos debilitados, muertos o parcialmente modificados, favorecen que el sistema inmunológico desarrolle anticuerpos que le permiten al organismo enfrentar una posible invasión del virus en cuestión o la exposición al patógeno indeseado. De esta forma cuando el virus entra en nuestro cuerpo y los anticuerpos reconocen el patógeno, inmediatamente se dispara la defensa del organismo y se evita así la adquisición de la enfermedad.
Te invitamos a ver la siguiente animación donde se muestra la forma como se elaboran las vacunas.
Redacción: Claudia Fabian