La última vez que comí un caldo de gallina en el rancho de mis abuelos ¡fue una pesadilla!, creí que la gallina seguía viva y luchaba por no ser comida; ella era tan fuerte, tan musculosa, y tan repugnante que desistí de comerla. En ese momento no pude resolver el misterio de la gallina tiesa; sin embargo, en mi mente sólo rondaba una idea: me había enfrentado a ¡una gallina poseída, o algo peor! Tiempo después, me dijeron que aquella gallina tenía poco tiempo de ser sacrificada y que, al parecer, la muerte trae consigo cambios muy peculiares y a veces macabros. Cuando algunos animales mueren, ya sean humanos o gallinas en caldos, su corazón se detiene y deja de bombear sangre al resto del organismo; al detenerse el transporte de sangre, la captación de oxígeno también cesa. Así pues, cuando la gallina de mi caldo murió y dejó de recibir oxígeno, inmediatamente dejó de obtener energía, pues la principal molécula de energía (conocida como ATP) sólo se produce en presencia de oxígeno. Podríamos pensar que la gallina muerta nunca más se moverá porque no puede obtener más energía, pero desafortunadamente no es así. Algunos procesos no se detienen con la muerte, la contracción de los músculos puede continuar minutos, e incluso horas, tras la muerte. El culpable es el calcio, la contracción muscular se produce gracias al calcio, y éste tarda minutos e incluso horas en agotarse, provocando que los cuerpos, ya sin vida, tengan contracciones simultáneas sin el proceso de relajación, ya que no existe el ATP responsable de la relajación muscular. Esta contracción continua del músculo provoca que la gallina se ponga cada vez más tiesa, estado que se le conoce como “Rigor mortis”. Por fortuna, la contracción muscular no dura mucho tiempo, pues las reservas de calcio se agotan después de un tiempo y la rigidez desaparece, se dice entonces que el músculo se ha convertido en carne. Afortunadamente, la carne que comemos ya no es capaz de generar contracción, pues sus iones de calcio han sido completamente agotados,así que podemos comer carne suave y, lo más importante, que no se resista a ser comida como aquella gallina tiesa de hace ya algunos ayeres. Si quieres leer más sobre muertos y tiesos.
Redacción: Eduardo González