Estos encuentros suceden precisamente con los espermatozoides y los óvulos, esenciales para el comienzo de la vida de los mamíferos. Se han descubierto proteínas que interactúan en la superficie de los espermatozoides y del óvulo que permiten que se reconozcan el uno al otro. Esto es sumamente importante pues se pueden ofrecer diferentes caminos para la mejora de tratamientos de fertilidad y desarrollo de anticonceptivos. La proteína llamada Izumo del espermatozoide que reconoce el óvulo, fue identificada en 2005 por investigadores japoneses, quienes le pusieron ese nombre en honor a un templo japonés de bodas, pero su compañera en el óvulo había sido un misterio hasta hace poco tiempo. Recientemente se identificó una proteína emparejada con Izumo que es necesaria para la fertilización. Dicha proteína fue llamada Juno, en honor a la diosa romana de la fertilidad y el matrimonio. Sin esta interacción esencial, la fecundación puede simplemente no suceder. Después de la fase inicial de fertilización, se produce una pérdida repentina de la proteína Juno de la superficie del óvulo, convirtiéndose prácticamente en indetectable después de sólo 40 minutos. Esto puede explicar porqué el óvulo, una vez fecundado por la primera célula espermática, pierde su capacidad para reconocer más espermatozoides. Este hallazgo demuestra un proceso que evita la formación de embriones con más de una célula de espermatozoide, que de otro modo tendría demasiados cromosomas y moriría. De esta forma ocurre el primer paso para la formación de un nuevo ser.
Redacción: Claudia Fabian