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¡Lindo, pero de cuidado!


Para muchos, este hermoso ejemplar ha representado un verdadero dolor de cabeza... de pies, o brazos o donde sea que sus espinas los hayan tocado. En todas sus abundantes ornamentas de defensa, el pez león almacena un interesante veneno formado de la combinación de una toxina neuromuscular y un neurotransmisor llamado acetilcolina. Éste veneno provoca dolor extremo, inflamación, adormecimiento, ámpulas, parálisis y en los casos más severos estado de shock, necrosis y afecciones cardíacas y nerviosas. ¡Pero no te espantes!, por lo general no es mortal para los humanos. Lamentablemente, el mayor dolor de cabeza no lo ha provocado a los buzos incautos con los que se ha encontrado a su paso, el mayor daño lo ha generado circunstancialmente en muchos ecosistemas marinos del Océano Atlántico y el Mar Caribe, incluido nuestro país. Proveniente del Indo-Pacífico y liberado lejos de su ecosistema natural por el mal manejo de un acuario en Florida, EUA, el también llamado pez de fuego, es una especie invasora que además de ser territorial y extremadamente voraz, no tiene depredadores naturales en nuestras aguas. Aunado a esto, el ritmo continuo al que se reproduce a lo largo del año (que más de uno le envidiaría) y su gran fecundidad, (por pareja de peces llegan a tener entre 1.2 a 2.5 MILLONES de huevecillos) han diezmado la fauna nativa, sobre todo de peces, crustáceos y moluscos, poniendo en riesgo el buen estado de los arrecifes de coral, pastos marinos y manglares. Por fortuna, ¡no todo está perdido! La toxina del veneno del pez león es sensible al calor, por lo que su carne blanca resulta una opción en el arte culinario. También existen programas gubernamentales en distintos países que involucran a pobladores e investigadores con el propósito de detener el avance de este animal. Desde donde estés, ¡puedes involucrarte!

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