¿Parecería algo absurdo imaginar que la existencia de todo un ecosistema dependiera de un pez? La nota del día de hoy nos cuenta sobre el admirable ciclo de vida del salmón rojo, ¡un pez con muchas agallas! Al inicio de su vida, los salmones eclosionan de pequeños huevos localizados en depresiones poco profundas en el lecho de grava de una rápida corriente de agua, luego siguen la trayectoria de la corriente hacia ríos más grandes que finalmente desembocan en el océano. En el mar se alimentan de crustáceos y peces más pequeños, y sólo un bajo porcentaje de jóvenes salmones logran llegar a la adultez. Años más tarde, al alcanzar la madurez sexual, un fuerte instinto los atrae de regreso hacia el agua dulce. Los salmones nadan a lo largo de la costa hasta reconocer el olor característico de la corriente que les sirvió de hogar, entonces nadan hacia las aguas que se encuentran tierra adentro. Luchando contra rápidas corrientes, saltando hacia arriba por pequeñas caídas de agua, ondulándose a través de bancos de arena poco profundos y evadiendo a los pescadores, llevan su preciosa carga de óvulos y espermatozoides de regreso a su hogar para reiniciar el ciclo. Una hembra agita su cola, excavando una depresión poco profunda en la grava donde librera sus óvulos de color rojo coral; mientras tanto, un macho los baña con sus espermatozoides. Finalmente, después de su larga y agotadora migración, los salmones adultos mueren. Sus músculos se degradan y el acto final de reproducción consume la poca energía que les quedaba.
Redacción: Martín Cabrera