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El alucinante sapo de mis sueños.


Bien sabido es que si se quiere conquistar a un joven guapo, gallardo, simpático y demás atributos buenos que se les ocurran, lo único que hay que hacer es buscar en el charco más cercano a un pequeño sapo (o grande, lo dejamos a su gusto). Una vez que se tenga el sapo de su elección, no lo dude, cierre los ojos y con todo su corazón plántele una buena lamida. ¿Lamida? Qué poco romántico ¿qué no era un beso? Pues con un beso no basta para que un sapo se “convierta” en un joven guapo. La piel de algunos sapos, como los pertenecientes a la familia Bufonidae, secreta una sustancia tóxica conocida como BUFOTOXINA que les sirve para defenderse de sus depredadores. Cuando ésta sustancia llega a ser ingerida por algún animal -ya sea un perro o gato distraído y curioso, o bien, una princesa desesperada en busca de marido- éste presenta daños a nivel del sistema nervioso. Como consecuencia, cuando alguien llega a ingerir la bufotoxina se altera su estado de ánimo y su percepción sensorial.

Entonces es normal que los cuentos de hadas nos confirmen que un sapo se transformó en príncipe (después del tremendo “viaje” de la princesa, es obvio que ella lo asegure). Sin embargo, los cuentos nunca llegan al verdadero final, ya que la bufotoxina también produce daños en el corazón y en casos de intoxicación extrema puede ocasionar un paro cardíaco.

Redacción: Patricia Torres

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